Cariño...es la hora del Apocalipsis.


Bajo un rojo cielo carmesí poblado de negras y densas nubes en amenazante formación militar, corrí sorteando los temblorosos arboles del parque camino de casa, preguntándome cuanto tardaría en vomitar la naturaleza aquella furia que se dibujaba en sus entrañas. El metal de los coches brillaba en el asfalto reflejando el frenesí de los rayos que eran escupidos. Un gélido aliento descendía de las alturas como gas de holocausto y cercanos truenos se apoderaban de los tímpanos hasta el dolor... Cubrí mi cabeza bajo mi fiel gorro de cuero y vi volar algunos paraguas como buitres empapados.- No hay atajos cuando todos huyen, cuando la arterias de la ciudad acumulan tanto colesterol de desesperación.- Miré los rostros atónitos de los niños y las miradas resignadas de los ancianos esperando como estatuas de sal, en las estaciones, ese autobús que nunca iba a llegar. Me refugié en mi propio miedo y me detuve a pocos metros de mi portal devolviendo, aterrado, una mirada al tenebroso atardecer. Me pareció oír un sonido de trompeta que anunciaba una llegada. Después, roncos latidos sincopados atenazaron mi garganta... y entonces recuperé aquella lejana tarde de mi infancia, en la que Nostradamus  corrió como un loco hacia mi, preso de furia gritando.. !vosotros despertareis a los cuatro jinetes...y del cielo descenderán para cumplir sus terribles designios!...

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